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El jazz y sus interferencias

Alejandra Almaraz
12 de enero de 2025

Hubo un momento, en los ya no tan cercanos 2010, en que el jazz tuvo un auge en Cochabamba. Se formó una ola de músicos, entre instrumentistas con trayectoria y formación en el extranjero, chicos de colegio o recién graduados con una formación musical académica e interés por el jazz, y músicos empíricos autodidactas, que motivaría a que se creen distintas iniciativas, entre ellas un bar de jazz para estos músicos que empezaban a moverse y tocar juntos. Inspirados en el Thelonius de La Paz, nació en el Prado este nuevo boliche cochabambino y le pusieron de nombre Jazz Stop.

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La palabra “jam”, así como su conjugación “jamming”, tiene varios significados en el inglés, pero mi favorito es “interferencia”. Las jam sessions aparecieron en las primeras décadas del siglo XX, cuando los músicos de jazz en Estados Unidos empezaron a juntarse en clubes y halls luego de sus conciertos y, con puro afán recreativo, sacaban sus instrumentos y se ponían a tocar juntos, sin ensayos previos, sin partitura, sin saber lo que cada uno o el otro tocará. Una jam session es la improvisación en conjunto, distintos músicos que interfieren en la melodía del otro hasta lograr una sinergia. Cortázar describía a la improvisación en el jazz como “un diálogo que se construye en el instante y que nunca se repite”. Jazz Stop empezó a acoger a todos estos músicos de distinta formación y darles ese espacio para jammear, para interferir y conversar, inaugurando sus jam sessions de una a dos veces por semana.

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Esta movida jazzera se vio acompañada por una gestión cultural que buscaba fomentar y expandir más el género. Nació el LlajtaJazz, con su primera edición en 2012, los jazzistas de mayor formación empezaron a dar talleres, y los midweek jams tenían buena afluencia. Sin embargo, pasa algo con el jazz y pasa algo también con Cochabamba, que fue disminuyendo la convocatoria, muchos jazzistas se mudaron al extranjero a estudiar y otros migraron a distintos géneros. ¿Cuán necesario es evolucionar y cuán necesario el mantener una tradición viva?

Jazz Stop empezó a tener apertura a otros géneros musicales, con todas las ventajas y desventajas que eso conlleva. Económicamente era necesario y culturalmente era un fenómeno que de todos modos estaba ocurriendo. Yo conocí Jazz Stop en 2021, en la calle Pedro Blanco, donde se encuentra ahora. Con apenas cumplida la edad para salir a bares y la emoción que eso conlleva, conocí la movida del indie, a los Últimos Glaciares, Thiago FM, Ácido Domingo, Un Cuarto de Vida. Aún con el cambio de género, Jazz Stop decidió recibir a artistas nuevos, que no te pueden prometer gran público y necesitan a alguien que les entregue un poco de su confianza.

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A la fecha, Jazz Stop acoge todos los géneros, muestras y eventos culturales que Cochabamba alguna vez vio: indie en cada una de sus presentaciones, música folklórica, tango, tributos a rock, metal y ritmos latinos. Shows de stand up, obras de teatro, bailes de máscaras, cuentacuentos. El jazz quedó bastante de lado, y el nombre y el icónico letrero neón del hombrecito tocando trompeta terminan siendo símbolos de lo que alguna vez tuvo tanto auge en la escena musical cochabambina.

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Jazz Stop pasó por subidas y bajadas, eventos muy llenos y eventos cuyo público era el personal y uno que otro allegado de los músicos, cambios en la administración, los efectos de un consumo cultural poco constante, un público que se aburre fácil, y una pandemia. Los años no han pasado en vano y en Jazz Stop se notan, siendo perceptible el mantenimiento que requiere.

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Este texto que tenía tan pendiente lo termino de escribir volviendo de un jam session en Hoy Hay, saludando a amigos y colegas músicos, conociendo nuevos, notando lo pequeño y cercano del gremio. No es el primero que se organiza en las últimas semanas y los mismos jazzistas que en su momento vieron a Jazz Stop nacer ven un aumento de estos eventos y su afluencia. ¿Estos midweek jams en cafés son síntoma de que un nuevo auge del jazz está llegando a Cochabamba? El tiempo tendrá la respuesta, pero por lo pronto, esta ciudad necesita constancia para hacer crecer, no sólo el jazz, sino cualquier movimiento cultural. Los espacios existen, el letrero de neón sigue brillando. Depende tanto de los artistas como de nosotros, los consumidores, que no se apague.

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