
“Las vírgenes suicidas”: Una mirada distinta a la adolescencia femenina
Olivia Fischer
14 de mayo de 2025
Este mes, el Cineclub Crudo presenta un ciclo dedicado a películas donde la música no solo acompaña, sino que narra, define y emociona. La propuesta incluye una selección de filmes con bandas sonoras memorables, incluyendo este 16 de mayo una proyección especial con karaoke, como forma de celebrar la música dentro del cine.
Como cinéfila novata y melómana incurable, no puedo evitar emocionarme ante una programación que entiende que el sonido puede ser tan narrativo como la imagen. Este ciclo no se limita a un género específico: va desde las vibrantes y nostálgicas feel good movies como Dazed and Confused, hasta dramas sociales como Ciudad de Dios. Distintas entre sí, pero unidas por una cualidad en común: la capacidad de hacer de la música un personaje más, tan vivo y esencial como cualquier otro.
La película que se proyecta el 14 de mayo es una película que particularmente me encanta. "The Virgin Suicides" (1999), conocida en español como “Las vírgenes suicidas”, fue dirigida por la gran Sofia Coppola y es una adaptación de la novela escrita por Jeffrey Eugenides en 1993. Con esta obra, Coppola abrió un espacio de reflexión sobre la adolescencia femenina, la sexualidad reprimida y la manera en que las mujeres son narradas desde el deseo masculino.
La historia gira en torno a las cinco hermanas Lisbon —Lux, Cecilia, Bonnie, Mary y Therese—, quienes viven bajo la opresiva vigilancia de sus padres en los suburbios americanos de los 70. La narración se construye a partir de los recuerdos de un grupo de hombres ya adultos, que en su juventud intentaron comprender, sin éxito, el misterio que envolvía a las hermanas. Años después, siguen obsesionados con los acontecimientos que culminaron en el suicidio colectivo de las jóvenes.
Uno de los elementos más potentes de la película es cómo denuncia, sin subrayarlo, la manera en que las mujeres —especialmente las adolescentes— son vistas y representadas por los hombres. Las hermanas Lisbon no son descritas como personas completas, sino como fragmentos de una fantasía de los narradores: como se desea que sea toda mujer: ni muy sexy, ni muy tímidas, ni muy habladoras, ni muy calladas; intensas pero sumisas, perfectas pero misteriosas, inteligentes pero humildes, delicadas pero no aburridas, amadas pero jamás conocidas. No se trata de quiénes eran realmente, sino de cómo estos muchachos las recordaron y proyectaron.
Este enfoque deja una historia incompleta. La voz de las hermanas está ausente, y eso no es un descuido narrativo, sino una crítica implícita: las chicas no pueden contar su propia historia porque la sociedad no les otorga ese derecho. Son objeto de deseo, de control y, al final, de olvido.
La película comienza con el intento de suicidio de Cecilia, la hermana menor, con apenas 13 años. Este hecho llama la atención a la comunidad y marca el principio del deterioro emocional de la familia. Ante el dolor, los padres —un profesor de matemáticas con dificultades para enfrentar el mundo y su esposa, una mujer profundamente religiosa y autoritaria— optan por aislar aún más a las chicas.
Sin embargo, en ese efímero momento de apertura posterior al intento de suicidio, las hermanas experimentan brevemente la emoción del deseo sexo-afectivo. Salen con chicos, van a un baile, e incluso Lux inicia una relación fugaz con Trip Fontaine (interpretado por Josh Hartnett). Pero la libertad dura poco: tras una noche fuera, los padres castigan a Lux encerrando nuevamente a todas en casa, esta vez de forma definitiva.

La música como lenguaje del silencio
Uno de los elementos más sobresalientes de “Las vírgenes suicidas” es su banda sonora, compuesta por el dúo francés Air, que se entrelaza magistralmente con el tono melancólico y etéreo del filme. La música funciona como escape para las hermanas y como vínculo con el mundo exterior. Un ejemplo clave es la escena del diálogo telefónico con los chicos del vecindario, en la que se comunican a través de canciones: una forma de decir lo que no pueden expresar en palabras. La sonoridad transmite el anhelo de libertad, el dolor del encierro y la confusión emocional de la adolescencia. A través de sus notas suaves y atmósferas envolventes, se convierte en un lenguaje íntimo y simbólico para las protagonistas.
Aunque superficialmente podría parecer una historia sobre el suicidio infantil, “Las vírgenes suicidas” trasciende esa categoría para hablar sobre las estructuras sociales que oprimen el deseo femenino. La adolescencia aquí no se vive como un proceso de transformación, sino como un terreno minado por el control, la represión, la idealización y el aislamiento.
El filme nos interpela especialmente a las mujeres que fuimos adolescentes bajo la sombra de mandatos contradictorios: ser deseables pero puras, libres pero discretas, intensas pero moderadas. Hay algo en las Lisbon que se completa con nosotras, que compartimos ese desconcierto, esa incomodidad de crecer en un mundo que ya tenía un guion escrito para nuestro cuerpo, nuestro comportamiento y nuestras emociones.
“Las vírgenes suicidas” deja una marca profunda no solo por su estética visual o su música nostálgica, sino por lo que sugiere sin decir. Nos habla en sus silencios, en sus omisiones, en sus suspiros contenidos. Es una historia que no se cierra del todo, porque no puede cerrarse sin nuestra propia experiencia.
El pacto entre las hermanas Lisbon y nosotras, las espectadoras, se convierte en algo íntimo: entendemos lo que no se dijo, lo que fue censurado, lo que se perdió. Y en ese eco melancólico, encontramos una verdad que no siempre cabe en palabras, pero que sabemos profundamente cierta.