
Los rastros de una huella colectiva color morado y verde: la marcha por el Día Internacional de la Mujer en Cochabamba
Alejandra Almaraz y Nina Suárez
15 de marzo de 2024
Son alrededor de las 5 de la tarde y algunas mujeres se encuentran saliendo de sus trabajos. Con su cartel en la mano y una pañoleta morada alrededor del cuello, salen dirigidas hacia el centro, apuradas, buscando a todas. Tienen la ubicación en tiempo real que les mandaron sus amigas, pero, de todos modos, no logran encontrar a la gente. De repente, ven en la cuadra del frente a otras mujeres, con carteles en mano y pañoletas alrededor del cuello, y ya saben a quién seguir. Caminan juntas hacia la San Martín y dan con el ruido, el tumulto y los cantos, dirigiéndose al juzgado. Dan con la marcha. De a dos o de a tres corren por los costados hasta dar con sus amigas y se incorporan a la masa de mujeres que canta y grita. Así, las iniciales dos cuadras de gente se convierten en tres, en cuatro, en cinco. Cuadras y cuadras que cada año son más difíciles de contar.
El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer y, con su conmemoración, cada ciudad sale a marchar. Es difícil pensar, con la cantidad de población que existe en las ciudades y las divisiones físicas y simbólicas que estas tienen, que podría existir una convocatoria única para una sola gran marcha. Sin embargo, las mujeres lo consiguen. En Bolivia, diez ciudades, diez convocatorias para marchar. Las mujeres, articuladas y organizadas, convocan a marchas por el 8M que cada año crecen exponencialmente y se hacen más diversas y masivas.

La construcción e historia de las marchas
El proceso de organización y construcción de las marchas en nuestro país, lejos de ser rigurosa y detallista, y que planifica cada aspecto y actividad relacionada, tiene desde el inicio de su historia una esencia fuerte de espontaneidad. Este proceso orgánico empieza con las primeras mujeres que tomaron las calles de manera autónoma, sin depender de organismos, instituciones o partidos políticos. Estas mujeres eran las trabajadoras del hogar, las trabajadoras sexuales y la colectiva de las Mujeres Libertarias Imillas, en la ciudad de La Paz. “Estas tres colectividades fueron las que comenzaron con la toma de la calle en las marchas autónomas y, desde ese momento, el ejercicio de ocupar la calle se ha construido desde justamente la política de la autoconvocatoria, la independencia política y desde esa capacidad orgánica en la cual es a partir de las asambleas que nos encontramos entre diferentes”, cuenta una miembra de Aquelarre Subversiva, cuya identidad mantenemos anónima.
No existe, entonces, una sola agrupación o una sola colectiva que centralice la organización de la marcha del 8M, sino que las colectivas existentes se contactan, se reúnen y dan lugar a que más agrupaciones y mujeres individuales se integren. “Hay la libertad para que cada individualidad, colectiva, organización, pueda traer su voz, su propuesta, su historia, sus símbolos, sus formas. No hay un formato cerrado, no hay una limitancia, no hay límites rígidos”, afirma la miembra de Aquelarre.
Cada año, con dos semanas o un mes de anticipación, se hace la convocatoria abierta para colectivas, agrupaciones, articulaciones y mujeres independientes. Se convocan a asambleas públicas en las que se arman comisiones encargadas de coordinar distintos aspectos de la marcha, como la ruta, la difusión en redes, las consignas políticas a utilizar, la seguridad y la conformación de los distintos bloques de la marcha, como el bloque negro, encargado de las intervenciones con grafiti, y la integración de las batucadas. Y, además de la misma marcha, se organizan actividades previas en el punto de encuentro: talleres, conversatorios, armado de carteles y ventas de artesanías.
Este año, 2024, la consigna principal fue “marcha frente a la precarización de la vida”. “Y es que uno de los mayores retos que estamos atravesando es cómo el sistema en el que estamos nos está empezando a engranar a todas las mujeres en trabajos precarios, en servicios que son realmente una lástima y en justicia que no está funcionando. Esto nos agota a las mujeres, porque vives para comer, entonces tienes que trabajar todo el día y ya no te da el tiempo para articular con otras compañeras. Y si te pasa algo, algún tipo de violencia, te desgastas haciendo la denuncia para que luego a veces ni siquiera llegue a nada, lo que también hace que pierdas la fe en lo que es la justicia como tal. Entonces, muchas compañeras ahorita están agotadas, y uno de los retos más grandes que tenemos es ese, justamente, de darnos tiempo para volver a unir esas energías y volver a plantearnos un horizonte, porque lo estamos perdiendo por esta opresión del sistema”, cuenta una chulla del colectivo Wañuchun Machocracia, cuya identidad también se pidió mantener anónima.
“Cuando Wañuchun nace, que fue en la crisis del 2019 con esto que pasaba a nivel político, se ha convocado a diferentes mujeres, entre independientes, colectivas y grupos. Aquellas que éramos independientes, es decir, que no teníamos algún tipo de grupo, nos hemos denominado las chullas. Desde ese momento, en la articulación, paradójicamente, hay esta grupa de mujeres que son las chullas, pero obviamente parece que fuéramos como colectiva también, ¿no? Pero bajo ese nombre”.

Simbolismos y puntos clave
Si bien las marchas modifican su ruta y actividades cada año, hay ciertas actividades simbólicas que se mantienen estables, sobre todo puntos específicos en los que la marcha se detiene y las mujeres realizan intervenciones. El juzgado, la UTOP, la iglesia y, recientemente, el rectorado de la UMSS, son lugares con un peso muy simbólico dentro de la problemática de la violencia contra las mujeres. Y todos estos tienen en común que son espacios de poder.
“Cuando nos paramos en el juzgado, nos estamos poniendo de frente contra el sistema de injusticia que existe en el país históricamente. Nos posicionamos en esos lugares que significan poder, que significan estructuras jerárquicas para denunciar ahí. En la UTOP, nos posicionamos justamente contra el aparato represivo, policial, militar. En la iglesia, nos posicionamos en frente de todo el sistema clerical, colonial. Entonces, cada punto representa esa institución que hasta la fecha sigue perpetuando sistemas de dominación y de control de nuestras vidas”, cuenta la miembra de Aquelarre.
“Somos mujeres, pero también somos universitarias, somos trabajadoras, somos sindicalistas, somos independientes, somos muchas cosas. Y al ser tantas cosas, siempre estamos en contacto con todas estas instituciones y sistemas que en algún momento nos limitan, nos coartan. Entonces pasar por la UTOP, que es el primer sistema que debería cuidarte y no lo hace; pasar por el juzgado, que es el primer sistema que voto al agresor o a la agresora; pasar por la universidad, con el tema del abuso de poder y el acoso de los docentes y administrativos… son problemas que atravesamos como mujeres”, afirma la chulla de Wañuchun Machocracia.
Las intervenciones a estos lugares a través de la iconoclasia, con grafitis, lanzado de pintura y pegado de afiches, son el aspecto más controvertido de las marchas feministas. Sin embargo, dentro de las marchas se defienden estas acciones a partir del propósito general de una protesta: el señalar la existencia de un problema al ojo público. Intervenir estas instituciones permite mostrar a toda la población la enorme disconformidad de las mujeres hacia estas.

Integrar, unir y reconciliar: la colectividad como esencia
El concepto que forma parte de las consignas de las marchas del 8M es la colectividad como base y esencia de la lucha. Esta colectividad es todo un desafío, pues supone articular y conectar a mujeres individuales y agrupaciones quienes, dentro de la lucha común por la liberación de las mujeres, tienen sus propias creencias e ideologías. Una clave para lograr esta asociación colectiva sin invisibilizar esta diversidad es, según las compas, la organización. “La asamblea es el espacio orgánico que permite llegar a acuerdos, terrenos comunes, límites claros también. La organización es el centro y la organización dinamiza lo colectivo”, explica la miembra de Aquelarre.
La chulla explica también esta necesidad de lo colectivo desde la historia. “Cuando ha habido toda esta crisis [del 2019], lo primero que se ha dado son las divisiones, divisiones por creencias, divisiones ideológicas. Entonces, conocernos en la diversidad, en lo plurales que podemos ser las mujeres era importante y era un reto porque ahí es donde nos fortalecemos. Lo colectivo en sí para nosotros era luchar desde nuestras diferencias, desde nuestros ideales y hacer que todo esto se integre en un común que era defender, ser apartidistas, ser rebeldes, ser personas que visibilicen la lucha y también protesten contra todo eso que estaba pasando y lo que sigue pasando”.
Sin embargo, las mismas feministas que han estado años activas dentro del movimiento, detrás de las protestas y su organización, reflexionan sobre la necesidad de autocrítica en este proceso de evolución para evitar el riesgo de la imposición de ideas, riesgo presente en cualquier tipo de movimiento político y social. Natalia Aparicio, politóloga y cofundadora del Colectivo Ñañas, habla de su propio proceso de autocrítica. “Un poco la analogía que yo utilizaba es que utilizamos mucho el término de deconstrucción, ¿no? Deconstruimos estos muros que nos da la sociedad donde nacemos, este sistema de valores, todo lo ético, que es un muro que estamos construyendo nosotros y que con él, por ejemplo con el feminismo, lo deconstruimos. Pero he identificado, y lo que yo también estaba haciendo y que muchas compañeras feministas hacen, es que volvemos a construir otro muro que sigue poniendo moralidad sobre las personas. Obviamente ahora es un muro quizás más bonito porque está pintado de verde y morado, conozco el color de esto que a uno le gusta, pero no deja de tener la misma lógica de mentalidad cerrada”.
La autocrítica, lejos de “desprestigiar” el movimiento, ayuda a su progreso y a aumentar el alcance de sus conquistas, y la colectividad, como señalan las mujeres organizadas, es un espacio de oportunidad para facilitar este proceso, a través de escuchar, entender y dialogar a un nivel horizontal, lo cual supone un gran compromiso.

El crecimiento imparable de la marcha
A través de los últimos años, y sobre todo desde el fin del confinamiento por la pandemia del COVID-19, la cantidad de asistentes a la marcha del 8M ha crecido de manera exponencial, superando las más ambiciosas de las expectativas que las primeras marchantes tenían. Al explicar este fenómeno, se coinciden en dos factores principales: las redes sociales y las crisis coyunturales.
Por un lado, las redes sociales, cuyo uso aumentó en gran medida a partir de la pandemia y el confinamiento, han permitido una mayor difusión de la información, en este caso, del movimiento feminista. Plataformas en auge como Tik Tok han sido espacios estratégicos para que activistas y divulgadoras del feminismo hablen de los problemas estructurales de las mujeres, expliquen de forma sencilla la historia y ramas del movimiento, y desmonten aquellos mitos que, en un contexto como el boliviano y el latinoamericano, están tan presentes e interiorizados en las mismas mujeres. Esta información llega principalmente a las jóvenes, quienes luego van a la marcha y son las verdaderas responsables de que esta crezca con los años.
Para mujeres con más años dentro del movimiento, como la chulla, el fenómeno intergeneracional dentro de la marcha es admirable y hasta conmovedor. “Yo no sé cuántos años tengo aquí y veo muchas changas jóvenes y digo “qué hermoso”, porque estas chicas jóvenes vienen y se interesan; y estamos también en una era donde las jóvenes ya saben, se dan cuenta que estamos en una crisis, entonces están en ese despertar de “no, hay que hacer algo, no podemos quedarnos así””.
Natalia Aparicio complementa esta perspectiva intergeneracional tan profunda dentro del movimiento y visible en las marchas. “No muchas personas saben, pero activistas feministas hay así como un grupo de lo que yo les llamo “las senior”, que ya están más o menos, digamos, entre los 35 y 60 años, que son activistas que estaban ahí desde la Guerra del Gas, la Guerra del Agua, que tenían esta perspectiva también feminista cuando ellas eran más jóvenes y hacían movidas de la calle. Y ellas son las que nos comentan cómo el movimiento feminista y cómo las activistas hemos ido creciendo en número, y no solamente en números, sino también en las acciones que nosotras tomábamos”.
Como segundo factor clave para explicar el crecimiento de la marcha, está la serie de crisis estructurales que el país vivió entre 2019 y 2021, años que marcaron un punto de no retorno en la historia de las marchas. “La crisis política que hemos vivido, la crisis sanitaria, ahora la crisis económica, están justamente empujando a que las compañeras politicen sus vidas. Entonces mientras la crisis se agudiza, simultáneamente hay una respuesta rebelde de las mujeres y las disidencias de organizarse, de convocarse, de politizar los procesos de resistir y sobrevivir esta vida”, explica la miembra de Aquelarre Subversiva. Esta crisis, además, dividen política e ideológicamente, por lo que, de nuevo, surge esta imperante necesidad de unirse a combatir una lucha que, a pesar de la diferencia de creencias y opiniones, es común para todas.

Finalmente, ¿por qué marchar? ¿Qué hace que mujeres de contextos, edades y bagajes tan diferentes reserven dos, tres o cuatro horas de sus vidas, gastándose los pies y la voz, aun cuando luego son demonizadas y estigmatizadas en los medios?
Natalia Aparicio afirma, “creo que es un momento de catarsis de todas, de poder transformar esa energía tan negativa, tan dura que nos pega a nosotras y que tal vez viene de la rabia, viene del dolor, viene de tantas cosas, y poder gritarlo. Poder sentir que se eriza la piel cuando no solamente tú estás gritando, sino que estás gritando con muchas que tienen el mismo sentido. Más allá de la ideología, definitivamente creo que hay un hilo, un piso en común donde nos paramos todas y ese piso son las violencias que todas vivimos desde muy pequeñas. Entonces, en ese sentido, creo que la marcha sirve como forma de catarsis y para saber que una no está sola”.
Si, a pesar del desprestigio en los medios de comunicación dominantes y el estigma por parte de varios sectores de la sociedad, la marcha del 8 de marzo va creciendo, año tras año, convocando más mujeres, más diversas, más plurales, quizás sea señal de que, aun con sus tropiezos y errores a mejorar, las “formas” tan criticadas del feminismo están sabiendo llegar a las mujeres de nuestro país. Quizás sea momento de dar el micrófono a quienes han estado detrás de esta lucha por años y escuchar sus trasfondos, aquello que las mueve y las ha traído hasta donde están ahora. Este reportaje buscó justamente esto, salirse de la historia única y escuchar más de un relato, desencuadrar el grafiti y encuadrar el mensaje en el letrero. La marcha es más que ideología política: es emoción, es unión, es un momento irrepetible en el año de una mujer. Y se ha llegado a la conclusión de que, lamentablemente, ninguna pieza periodística terminará de transmitir esa emocionalidad intensa que solo se experimenta estando ahí.
Agradecemos especialmente a todas las mujeres que colaboraron, con su voz, su testimonio y su letrero, a la creación de este reportaje. A todas, amigas, hermanas, compas, anónimas y no anónimas, chullas, miembras, colectivas. Nos inspiran y nos recuerdan por qué luchamos. A ustedes, siempre, gracias.