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Bolivia entre la escasez de periodismo

Alejandra Almaraz
24 de noviembre de 2024

Los surtidores ponen conos de tráfico para indicar a los tanques sedientos que se quedaron sin producto, la mejor táctica de marketing de las broasterías es un comunicado lastimero de “no subiremos nuestros precios” y hay un arrepentimiento colectivo de no haber comprado dólares el mes pasado. Vivimos tiempos de escasez de reservas, de productos esenciales, de moral. Y en tiempos de múltiples escaseces que deprimen al país, hay otra escasez peligrosa, silenciosa, de papel y tinta, que deriva en otra peor: una escasez forzada del oficio periodístico.

En junio de 2023, Página Siete anunció su cierre definitivo ante la imposibilidad de sostenerse. En septiembre de 2024, La Razón sacó a circulación su última edición impresa. Tan sólo un mes después, Opinión se declaró en estado de emergencia por motivos de carácter administrativo. Entre juicios extendidos y especulaciones, otros medios conocidos fueron recientemente puestos en venta. La escasez no sólo afecta a las frutas e hidrocarburos, sino que también está desestabilizando los cimientos del periodismo en Bolivia. ¿Quién narrará la crisis cuando al narrador la misma crisis lo tiene en un impotente silencio?

El periodismo acompañó y sostuvo al país en sus momentos de mayor oscuridad. Durante las dictaduras militares, Luis Espinal denunciaba al régimen de García Meza, la Agencia de Noticias Fides recibía de Banzer una multa de 20 mil bolivianos por “declaraciones subversivas” y las instalaciones de su radio eran destruidas. Las radios comunitarias narraron y denunciaron desde la Guerra del Chaco hasta la Guerra del Agua y el Gas. Ante la inestabilidad política que ya nos es tan familiar, la difusión de voces e historias estaban presentes para aclarar el nuboso panorama. Siempre acompañando al ciudadano en la crisis y la escasez. Sin embargo, esta es distinta.

Fotografía: Toni Villazón

Las nuevas tecnologías llegaron a transformar por completo nuestros hábitos de consumo. En el bolsillo en el que antes había monedas para comprar el periódico del día ahora hay un teléfono, y en su contenido no necesariamente hay noticias. Los medios tradicionales están quebrando en todo el mundo y trasladar su contenido a la digitalidad manteniendo sus ingresos parece una tarea imposible. Antes el oficio era riesgoso, pero invaluable. Ni las pistolas en las sienes habían silenciado al oficio periodístico como ocurre ahora: ahora puede que hacer periodismo no cueste la vida, pero la falta de sostenibilidad resulta ser más efectiva para la censura. A fin de cuentas, sin caer en la romantización del tiempo pasado, no se puede decir que el periodismo interpele a la opinión pública como lo solía hacer.

Los redactores de Casa de Nadie, si bien puede parecer total nuestra desconexión a los medios tradicionales, empezamos a soltar la mano en las páginas físicas de Opinión y La Ramona, espacios que hasta la fecha nos reciben. Nos formamos con los grandes y herederos de los grandes, escuchando historias nostálgicas de los años dorados del periodismo boliviano con el sueño de hacer nuestra parte en el legado. Y la parte más compleja del sueño es mantenerlo vivo, por lo que estamos en la constante búsqueda de darle a este pequeño espacio colectivo un sustento estable a futuro.

Es compleja la lucha por encontrarse mientras los grandes que nos anteceden luchan por no desaparecer. Sin embargo, creo en la capacidad de transformación del periodismo, de resurgir de las cenizas o, más apropiado en este caso, de resurgir del silencio. Pero su sostenibilidad a largo plazo depende, primero y en esencia, del interés colectivo de los lectores. Por eso, más que un espacio de queja y reclamo, este es un espacio de agradecimiento y esperanza. Agradecimiento al lector que le dedica unos minutos de su tiempo de scroll a aprender sobre cultura nacional o problemas medioambientales, al lector que todavía conserva ejemplares antiguos de periódicos, al ciudadano de a pie que con su rutina mantiene este oficio. Cuánta incertidumbre nos rodea, pero aquí confiamos en que las palabras, las voces y la verdad nos liberará.

Al final, el ser humano necesita historias. Contando historias es que evolucionamos y lo seguiremos haciendo.

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