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Inteligencia Artificial vs. Studio Ghibli: ¿De quién es el arte?

Isabel Panozo
10 de abril de 2025

Tras un breve descanso del agitado debate sobre la generación de imágenes por inteligencia artificial (IA) y después de haber observado el fenómeno desde distintos ángulos, me permito hacer unas cuantas reflexiones sobre la reciente polémica en torno al uso del estilo Studio Ghibli por parte de herramientas como ChatGPT y DALL·E. Esta nueva introducción de la tecnología al campo artístico ha revivido discusiones importantes: la percepción inferior persistente por lo artístico en nuestra sociedad, la postura firme de Hayao Miyazaki, principal representante de Studio Ghibli, contra la automatización del arte, hasta el impacto ambiental y el consumo de agua que implica generar prompts con IA, que no serán de particular interés para este texto, pero que igual se tienen presente.

En primer lugar, pongámonos en contexto: Hace algunas semanas, miles de imágenes generadaspor esta tecnología en desarrollo circularon en redes con el estilo inconfundible de Studio Ghibli. Éstas replicaban paisajes de otro mundo, personajes y atmósferas que nos recordaban a películas como "Mi vecino Totoro", "Porco Rosso" o "El viaje de Chihiro" y, aunque muchos usuarios compartieron estas imágenes con entusiasmo, otros –incluidos artistas y fans del estudio– manifestaron su incomodidad. Para ellos, usar el estilo registrado de una casa de animación que ha defendido el trabajo artesanal como esencia creativa, sin su consentimiento ni participación, parece una ofensa contra sus ideales, especialmente los de Miyazaki.

En el contexto actual, con una economía cambiante y un alto índice de incertidumbre, es innegable que muchas personas no pueden permitirse adquirir una obra original, mucho menos una de Studio Ghibli, y que la IA "gratuita" es la única que está “democratizando” el acceso a este arte visual. Pero también es cierto que muchos artistas deben recurrir ahora a plataformas de financiamiento para sobrevivir en un mercado cada vez más exigente y menos empático, en el que no encuentran cómo competir con una máquina entrenada para producir sin descanso, sin derechos, sin hambre y, sobre todo, sin miedo.

Si nos sentamos a analizar la crisis artística, nos percatamos de que estamos viviendo una contradicción profunda: nunca fue tan fácil tener “arte” al alcance, y nunca fue tan difícil que se lo valore por el esfuerzo que viene por detrás. Con solo escribir una frase, cualquier persona puede obtener un dibujo, una historia, incluso una canción, y si bien esto pone la creatividad al alcance de todos, también la abarata; todo producto puede dejar de ser valioso porque no conlleva horas de esfuerzo o un proceso creativo. Las redes sociales nos han acostumbrado a un consumo más veloz de los contenidos, que impide que nos emocionemos con intensidad por el arte y nos alienta a desecharlo rápidamente; en un par de semanas olvidamos el último álbum que sacó un cantante y esperamos que los algoritmos lo resuelvan todo. Así como el fast fashion nos ofrece ropa barata a costa del trabajo precario, la IA nos da imágenes y canciones a demanda, sin pensar en quién queda atrás, ¿pero qué tan importante es eso?

Históricamente, esta pregunta surgió en una ocasión anterior, cuando el arte se enfrentó a una de sus primeras revoluciones tecnológicas: Cuando la fotografía estaba iniciando, se creía y especulaba que el arte pronto moriría: se pensaba que el alma de la creación se perdía al esperar que todo el trabajo se hiciera al oprimir un botón; no obstante, con el tiempo, entendimos que había un ojo y una mente detrás, que deseaban dar a conocer una intención y una historia que contar. En ese sentido, y pensando en la IA como un nuevo “medio”, ¿cuánto podemos dejar intervenir a la tecnología en nuestro arte antes de que deje de ser arte? ¿Sigue siendo el arte aquello que nos diferencia como especie?

Fotografía: Toni Villazón

Históricamente, esta pregunta surgió en una ocasión anterior, cuando el arte se enfrentó a una de sus primeras revoluciones tecnológicas: Cuando la fotografía estaba iniciando, se creía y especulaba que el arte pronto moriría: se pensaba que el alma de la creación se perdía al esperar que todo el trabajo se hiciera al oprimir un botón; no obstante, con el tiempo, entendimos que había un ojo y una mente detrás, que deseaban dar a conocer una intención y una historia que contar. En ese sentido, y pensando en la IA como un nuevo “medio”, ¿cuánto podemos dejar intervenir a la tecnología en nuestro arte antes de que deje de ser arte? ¿Sigue siendo el arte aquello que nos diferencia como especie?

La autora Joana Maciejewska dijo que preferiría que la IA hiciera sus tareas domésticas para poder seguir dedicando su mente y alma a escribir Sci-Fi y Fantasía; sin embargo, nos enfrentamos a una realidad en la que las compañías tecnológicas no están diseñando IAs para barrer el piso, lavar los platos o hacer los papeles de impuestos, sino que están concentrando sus esfuerzos en replicar nuestra creatividad, esa misma que toma años de formación, de prueba y error, de fe, como bien mencionaba Miyazaki, en uno mismo y en el proceso. Con esto no desestimo los trabajos mencionados, ni aquellos que tienen que ver con el cálculo y los datos exactos, los respeto bastante porque quizás yo no podría hacerlos, pero si estoy preocupada por nuestra necesidad de que todo sea instantáneo, automatizado y la necesidad de desarrollar una tecnología que todavía no comprendemos bien ni sabemos a dónde queremos dirigir. Los creadores en general (ya sea artistas o académicos) somos los primeros en sentir este cambio abrupto, sin embargo próximamente no seremos los únicos.

Empero, puede que no moleste netamente el uso de la IA, incluso todos hallamos facilidad en su uso diario para muchas cosas, lo que controversia, es cómo está construida: como modelos que imitan, combinan, y reproducen sin contexto ni experiencia propia. El estilo Ghibli no es solo una estética visual, es una filosofía, una vivencia, una sensibilidad irrepetible que nace de la mano y el corazón de sus creadores; y aunque entiendo que para muchas personas las fotografías que ingresaron a las plataformas y transformaron pueden tener significado, cuesta no sentir que algo se pierde en esa traducción. Declaro que no intento que rechacemos la tecnología, sólo pienso que es necesario darle tiempo a los artistas de pensar en el futuro de su área, cómo se va a transformar con la IA y cómo se continuará entrenando y empleando esta tecnología para beneficio y no perjuicio de las manos creadoras. Por el momento, hasta que estas cuestiones se definan, debemos tratar de ser un poco más empáticos con quienes se sienten afectados, sigamos comprando arte cuando podamos, compartiendo el trabajo de creadores reales, pagando por música, por libros, y por las historias detrás de ellos.

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