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Moralidad, verdad y arte: un análisis a “Anatomía de una caída”

Isabel Panozo
24 de abril de 2024

El hype de “Anatomía de una caída” parece reducirse gradualmente, aunque aún está muy presente desde su estreno en cines en febrero y su lanzamiento digital en las plataformas de Filmin y Movistar Plus. Sin embargo, siempre hay algo de qué hablar de una buena película, y esta es una de ellas. Siendo que fue nominada a 5 categorías en los Oscar, obtuvo el Premio Goya a mejor película europea y obtuvo la Palma de Oro en Cannes, esta película puso en alto mis expectativas y las del resto de los espectadores, y no solo las cumplió, sino que las superó.

Antes de continuar, hago un pequeño anuncio de spoilers, ya que más que una reseña, este artículo hará un análisis, y de contenido delicado referente al suicidio.

Anatomía de una caída es un filme de suspenso judicial de Justine Triet que habla de la historia de Sandra Voyter (Sandra Hüller, una escritora que vive en los alpes franceses con su esposo, el profesor Samuel Maleski (Samuel Theis), y su hijo con discapacidad visual, Daniel (Milo Machado Graner). Samuel muere en circunstancias misteriosas que se debaten entre un accidente, un asesinato o un suicidio, cuyo único testigo es Daniel después de que se inicia una investigación en contra de su madre.

A lo largo de la película, que ocurre mayormente en un juzgado, el accidente se descarta, se destapan las infidelidades de Sandra a Samuel, además del posible plagio a un libro que el esposo abandonó y el resentimiento de ella hacia su marido ya que lo culpa por el accidente que dejó a Daniel con la vista deteriorada. No obstante también se revela la inestabilidad mental de Samuel, el estrés que podía sufrir tras el fracaso de su último proyecto literario se sumó al arrepentimiento que experimentaba por la situación de Daniel y, pese a que asistió a sesiones terapéuticas, cortó abruptamente su tratamiento de antidepresivos.

Al mismo tiempo, Daniel experimenta su propia duda, muchos de los alegatos expuestos en el tribunal eran desconocidos para el niño, quien se debate entre creer a su madre o asimilar la información que presenta a su padre como una víctima de una esposa violenta y egocéntrica. Este sentimiento es palpable a través de la música que interpreta el hijo de Samuel y Sandra mediante avanza la cinta. Al inicio se esfuerza por desglosar, entender e interpretar la composición de Isaac Albéniz “Asturias (Leyenda)”, así como intenta entender la muerte de su padre, las razones que tendría su madre para cometer el crimen y conforme avanza el juicio, tanto la música como el relato, parecen esclarecerse en la mente de Daniel.

Fotografía: Toni Villazón

Finalmente, después de un fin de semana alejado de su madre y un experimento con su perro Snoop, desaparece la incertidumbre que el niño demuestra en el desarrollo del caso, para dar las declaraciones finales que pueden voltear el caso. Daniel, antes del día de los alegatos finales interpreta el “Prélude en Mi Mineur Op. 28 No. 4” de Chopin, una tonada que compartió con Sandra al empezar el filme y frente al jurado relata una conversación con su padre, donde le dice que pese a que su perro lo quiere mucho, algún día se cansará y se irá para siempre, mencionando que él no se dio cuenta de que su padre hablaba de su situación y no la de su mascota. Con esta conversación como parte de la evidencia, Sandra es absuelta de las acusaciones que se hicieron contra ella y puede volver a casa.

¿Cuál es la verdad?

La película termina sin aclarar nada más, no se dice nada sobre lo que realmente pasó con Samuel, no hay confesión por parte de Sandra y sólo se resuelve el caso gracias al milagroso recuerdo de Daniel. Triet juega con el espectador a lo largo de la película para que no apacigüe sus dudas sobre el caso, esperando algo más después de la resolución; utiliza los planos y las perspectivas de filmación a su favor para recrear realidad y ficción, donde a veces parece un documental, para generar constante duda.

No es casualidad que la película inicie cuando le dicen a Sandra que la forma en la que escribe confunde al lector porque hay descripciones de su vida y le cuestionen el límite entre la realidad y la ficción, sino que es el principio de una serie de dudas que se presentan a quien la ve. Durante la película se explota el relato de la esposa violenta que se deshace de su esposo porque, como dicen en un diálogo, “es más interesante que la historia de un profesor que se suicida; y el fiscal (Antoine Reinartz) se empeña en encontrar culpable a Sandra, aunque tenga que cuestionarla de manera sexista o utilizar sus libros contra ella. La segunda historia es la que se determina como “real”, pero las dos horas y media de audiovisual escenifican la primera. Tampoco es aleatorio que la relación entre espectador y, quién podríamos decir, la protagonista sea tan distante, la actuación de Hüller y la dirección no permiten ahondar demasiado en sus emociones, en su duelo, porque sólo así podemos poner a prueba lo que creemos.

“Si no tienes seguridad de algo, tienes que elegir lo que es verdad para ti”, le dice Marge (Jehnny Beth) a Daniel, quien no cree que su madre sea capaz de asesinato, pero sí su padre de suicidarse, y es lo que el espectador tiene que hacer. ¿Es Sandra culpable de asesinato?¿Samuel provocaba las peleas y las grababa para incriminarla? ¿Acaso Daniel, siendo hijo de dos escritores, es capaz de inventar hechos para encubrir a su madre? Al final, nada importa.

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