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Valcárcel, el que se levanta e imagina

Fabricio Lobatón
15 de octubre de 2024

"El arte no puede cambiar el mundo, pero puede contribuir a cambiar la conciencia y los impulsos de los hombres y mujeres que podrían cambiar el mundo." - Herbert Marcuse

Esta profunda observación de Herbert Marcuse, filósofo y sociólogo de la Escuela de Frankfurt, encuentra una poderosa encarnación en la obra y el legado del “brutalmente lúcido (y generoso)” Roberto Valcárcel (1951-2021). Probablemente el artista más influyente de los últimos 20 años, una figura mercurial - parte embaucador, parte profeta, completamente revolucionario. Esta serie de apuntes busca mapear un camino sobre las reflexiones del autor de “El Mickey desnudo” y como entiende las reproducción de los sistemas de poder mediante la alienación social de una institucionalización del mercado del arte.

Si bien el trabajo de Valcárcel puede entenderse desde la estética como una manifestación sofisticada de la sensibilidad camp [El camp, como sensibilidad, se caracteriza por "un amor hacia lo no natural: el artificio y la exageración", y es "esotérico –algo así como un código privado, una insignia de identidad, incluso entre pequeñas camarillas urbanas".], un concepto explorado por Susan Sontag en su ensayo "Notes on Camp"; el camp podría enmarcar la parte formal de su trabajo artístico en cuanto a la curiosidad por rescatar o destacar ciertos elementos cotidianos, justamente la riqueza del cuerpo de su obra se envuelve en las narrativas de poder que se deslindan o buscan salir de la represión de los autoritarismos encubiertos del sistema artístico/cultural/político.

Por esta razón, el primer gran apunte es entender que Roberto retorna a Bolivia en el crepúsculo de las dictaduras militares, por lo que se encontró navegando un campo minado en lo sociopolítico. Sus primeras obras, como la icónica "Saludo a la democracia" (1982), una pieza de performance creada en colaboración con su inseparable secuaz: Gastón Ugalde; presenta la comprensión del mundo terrenal desde una perspectiva que cuestiona “la realidad objetiva”, un proceso que empezó a cuestionar lo institucional y la reproducción de formas de control inocuas en “lo cotidiano” en “lo normal”. Entonces se asume un componente meta en la forma de entender el significante y el significado más allá de lo visual o formal, sino -en la conformación de “nuevas subjetividades” que cuestiona la narrativa oficial de un orden establecido con un toque irónico como se puede ver en "Pintura con tema social para tener en la sala y acallar la conciencia" (1974-2007).

Fotografía: Toni Villazón

Él, provocador e irreverente, encontró una forma de relacionarse con su entorno y una forma de entender la creación artística como una forma de transmutar objetos cotidianos en vehículos de indagación filosófica. El ataúd rojo rodeado de cubiertos en "La última cena" se convierte en una cena macabra, un memento mori que atraviesa tanto la solemnidad religiosa como el ritual social. Mientras tanto, el “círculo cromático de ataúdes”, sintetiza la teoría del arte y la tanatología, creando un oxímoron visual que es tanto didáctico como profundamente inquietante -las aspiraciones refinadas de la expresión artística superpuestas sobre el sustrato crudo de la escasez material y el tumulto político.

El arte debe declararle la guerra al “buen gusto", es una declaración muy citada cuando se habla de Valcárcel; un manifiesto que plantea los intereses de una composición del arte como una herramienta para investigar y cuestionar. En el contexto boliviano, donde a menudo prevalecen criterios estéticos conservadores, de ideas y mantras que se van generalizando en un inconsciente colectivo a la espera de una vorágine; son justamente las estrategias artísticas —apropiación, yuxtaposición, parodia y (re)contextualización conceptual— que sirven como herramientas para diseccionar y reconfigurar lo que se entiende por identidad boliviana, siempre con una aguda conciencia de las absurdidades y contradicciones ideológicas inherentes a este proceso.

La continua relevancia de la obra de Valcárcel en la Bolivia contemporánea y América Latina en general no puede ser subestimada. A medida que la región en general continúa navegando las turbulentas aguas del cambio político, la reestructuración económica y la reimaginación cultural, el cuerpo de trabajo multifacético de Valcárcel sirve tanto como brújula como signo de interrogación. Cuestiona el cómo se cuestiona y el cómo se debería cuestionar. Apunta hacia nuevas posibilidades para la práctica artística mientras simultáneamente interroga los cimientos mismos sobre los que se construyen tales prácticas. Siempre imaginando.

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