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Los fantasmas de Andrónico

Fabricio Lobatón
6 de mayo de 2025

En las polvorientas tierras del Chapare, hace casi tres décadas, germinó lo que quizás fue el experimento político más radical de la Bolivia contemporánea: el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP). Aquella organización nacida en los congresos campesinos de 1994-1996 prometía ser la antítesis del partido tradicional, un vehículo de autodeterminación colectiva que respondería a las organizaciones sociales y no a los caudillos. Hoy, con un oficialismo fracturado en tres facciones -por el momento- y unas elecciones presidenciales programadas para agosto de 2025, el IPSP se ha convertido en el objeto de deseo de una tragedia política boliviana que, como toda buena obra shakespeariana, exhibe ambición, traición y luchas por el poder bajo el manto de supuestos principios.

La ironía no podría ser más dolorosa. El IPSP —aquel "instrumento" que pretendía ser herramienta y no fin en sí mismo— hoy es disputado como botín de guerra entre tres aspirantes a la presidencia que alguna vez compartieron el mismo proyecto. Luis Arce, presidente en funciones y heredero tecnocrático, reivindica el MAS-IPSP "legítimo" desde la administración estatal. Evo Morales, fundador y figura tutelar, ha creado una sigla alternativa con su propio nombre como acrónimo: EVOPUEBLO ("Estamos Volviendo Obedeciendo al Pueblo"), en una pirueta narcisista que transforma el supuesto retorno al pueblo en un retorno a su propia figura. Y Andrónico Rodríguez, el joven senador cochabambino [I], proclamado candidato por mineros y cocaleros, intenta posicionarse como renovador mientras se debate entre la lealtad a las "raíces" del movimiento y su propia ambición política.

La degradación del proyecto original es evidente: lo que nació como instrumento de los pueblos hoy es manipulado por líderes que buscan que el pueblo obedezca sus cálculos electorales. La emergencia de élites indígenas en posiciones estatales, lejos de superar la lógica colonial, ha creado nuevos intermediarios dependientes de la captura de recursos públicos.

Mito fundacional

Probablemente el engaño más extendido en la narrativa política boliviana es que el MAS surgió como matriz que luego incorporó al IPSP, cuando la historia fue exactamente al revés. El Instrumento surgió orgánicamente de las federaciones cocaleras, campesinas e indígenas, y sólo posteriormente —por conveniencia electoral— se fusionó con la sigla "Movimiento al Socialismo" que ya existía desde 1987. Esta inversión histórica no es inocente: permite a los actuales detentores del poder partidario presentarse como garantes de una continuidad que ellos mismos han trastocado.

Esta manipulación de la memoria ignora la verdadera génesis del movimiento indígena boliviano, en este caso, una de las figuras seminales siendo Constantino Lima Chávez (Takir Mamani), quien décadas antes sentó las bases ideológicas que luego nutrirían al instrumento político. Lima, nacido en 1933 en Pacajes, a la vez de reinventar la wiphala como emblema pan-andino y popularizar el término "Abya Yala", también estableció precedentes organizativos fundamentales. En 1960 cofundó el Partido Autóctono Nacional (PAN) —primer partido exclusivamente indígena de Bolivia— y en 1978 creó el Movimiento Indio Túpac Katari (MITKA), que proponía el "retorno al ayllu" como alternativa al modelo occidental de partido. Su pensamiento, que rechazaba frontalmente los marcos ideológicos occidentales, abogaba por "derechos indios" que incluían tribunales comunitarios vinculantes y control indígena de los recursos naturales.

Esta matriz indianista inspiró directamente la resolución de la CSUTCB de 1994 que dio origen al IPSP, concebido inicialmente como vehículo para materializar aquellas aspiraciones de autogobierno. Sin embargo, cada iteración organizativa posterior (IPSP 1998 → MAS-IPSP 2005 → EVO-Pueblo 2025) ha ido negociando a la baja la horizontalidad: de asambleas comunales a congresos con padrón, luego a proclamaciones unipersonales. La escisión Morales-Rodríguez recuerda fracturas indianistas anteriores: MITKA-MRTK (1979), CSUTCB vs. ASP (1997) y katarismo vs. MAS-IPSP (2005). Cada fisura surge cuando cuadros intermedios impugnan la apropiación personalista de un proyecto colectivo. Este patrón de tres pasos es recurrente: (1) Un movimiento social se institucionaliza para disputar el Estado; (2) un liderazgo carismático concentra recursos y aparato; (3) la nueva generación cuestiona la autenticidad de la representación.

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Como por accidente sin un plan claro

En este caso, la irrupción de Andrónico como figura política fue casi un accidente histórico: junto a Eva Copa tomaron el timón del MAS cuando otros abandonaban el barco, evidenciando una paradoja estructural. A pesar de la rigurosa formación sindical que se cultiva en los cimientos del instrumento, el recambio generacional ha sido puesto en segundo plano. Los jóvenes cuadros bajo el proyecto de “juventudes” como Claudio Saravia o Harold Torrez, que, a veces brillan fugazmente en redes sociales pero carecen de una estrategia de continuidad. Ya en 2009, Santiago Espinoza y Sergio de la Zerda en su crónica "Perdidos en el Trópico" registraban esta advertencia en boca de Juan Ramón Quintana en Lauca Ñ: la ausencia o poco interés de preparación para el relevo generacional, síntoma de vicios históricos que persisten. Y ahora, con un electorado mayoritariamente joven, esta fluctuación confronta lo establecido con un horizonte nebuloso, dejando al proyecto a la deriva en un limbo político que recuerda la incertidumbre existencial retratada en "Lo más bonito y mis mejores años" de Martín Boulocq: una generación desorientada buscando sentido entre los escombros de las grandes promesas. Sin caminos. Sin vías. Sin identidad.

Estas transiciones tienen cierta reminiscencia edípica. Cada nuevo líder necesita "matar" simbólicamente al padre fundador —en este caso, el espíritu colectivo original del IPSP— para legitimarse, mientras simultáneamente invoca su autoridad para validar su posición. Así, Evo Morales honró a Constantino Lima, con la Orden del Cóndor en 2008, mientras diluía la radicalidad anticolonial de su mensaje en un proyecto más pragmático y personalista. Ahora, Andrónico juega el mismo juego: reclama una legitimidad como "hijo político" ("el heredero del rey", diría la Quya Reyna) de las Seis Federaciones mientras -aparentemente- se distancia del tutelaje de Evo.

No resulta descabellado afirmar que lo indígena ha sido y sigue siendo el tema neurálgico en Bolivia desde hace más de medio siglo. Esta realidad persiste más allá de las aspiraciones de la oposición de derecha con sus promesas de construir 'otra Bolivia' o lograr un 'nuevo inicio' donde supuestamente 'en 100 días se arregla'. Lo que prevalece son estrategias políticas carentes de verdaderos planes de gobierno, motivadas en su esencia por un rechazo identitario que puede sintetizarse en el objetivo implícito de 'sacar al indio' del poder y del imaginario nacional.

Estas dinámicas simplifican las profundas fisuras sociales que mencionamos anteriormente. De esta forma y de modo inconsecuente, se evidencia cómo las figuras como Felipe Quispe "El Mallku" solo adquieren estatus simbólico tras su muerte, cuando ya no representan una amenaza directa al orden establecido. Se evidencia cómo figuras emblemáticas del movimiento indígena, como Felipe Quispe 'El Mallku', son relegadas durante su vida activa y solo adquieren estatus simbólico tras su fallecimiento, cuando su discurso radical y su capacidad de movilización ya no representan una amenaza directa para el orden establecido. Este legado es posteriormente fagocitado por los tentáculos de la política institucional. En este contexto, resulta imposible ignorar que las etiquetas de centro, izquierda, arriba, abajo y derecha constituyen otro mito boliviano: los partidos operan fundamentalmente como corporaciones o fundaciones que buscan el intercambio de favores, abandonando cualquier coherencia ideológica que estas 'direcciones' pudieran sugerir, sea izquierdismo, derechismo o arribismo.

Así pues lo verdaderamente significativo del caso boliviano es que esta relación con el pasado indianista opera como un "retorno de lo reprimido", cuanto más se intenta neutralizar la radicalidad del pensamiento por ejemplo las bases sentadas de Lima mediante apropiaciones selectivas y superficiales (como la oficialización de la wiphala despojada del contenido emancipatorio que le asignaba su recuperador), más insistentemente reaparece como síntoma durante las crisis del sistema político, evidenciando las contradicciones no resueltas del proyecto ya como Estado.

¿Volver a dónde y con quién?

Es así que una evaluación ontológica sobre si el IPSP "original" es posible en el contexto actual resulta, por tanto, insuficiente. La pregunta pertinente es cómo los principios de horizontalidad, mandato imperativo y autodeterminación territorial —cristalizados en el pensamiento de Lima y parcialmente incorporados en la Constitución de 2009— podrían operacionalizarse en condiciones de capitalismo global extractivista, donde el Estado depende estructuralmente de la exportación de materias primas. Y aquí surge la interrogante si el príncipe, heredero, sucesor, continuador y todos los denominativos que le quieran atribuir, podrá conciliar estos estigmas o seguiremos irremediablemente a la deriva.

Hacer un cierre atribuyendo todo al "populismo" y el "culto a la personalidad" como explicación central de la(s) crisis política, si bien retóricamente es efectivo, puede resultar analíticamente limitado y excesivamente generalizado. Así surgen narrativas nostálgicas, como en todo el mundo, añorando el retorno a una supuesta 'República auténtica', a la 'verdadera Bolivia', donde se compiten por prometer quién restaura ese pasado idealizado en menor tiempo, sin importar ideologías ni colores partidarios. Aquí me pregunto: ¿qué Bolivia, si siempre han existido varias? ¿Con quién, si nadie conoce todas las Bolivias que en esencia componen Bolivia?

La fragmentación del oficialismo en tres proyectos (Arce, Morales, Rodríguez) responde a estas contradicciones materiales concretas, donde el agotamiento del extractivismo, emergencia de nuevos actores sociales y presiones de la transición energética global. Fenómeno que también se replica en la oposición, igualmente fragmentada. En este panorama, Lima cobra relevancia como teórico de una descolonización integral inconclusa, cuya conceptualización del territorio, crítica a la democracia representativa y énfasis en transformar relaciones de poder -más allá de reformas simbólicas- ofrece herramientas para diagnosticar las limitaciones del actual Estado Plurinacional.

La candidatura de Andrónico Rodríguez, respaldada por mineros y cocaleros en mayo de 2025, vuelve a presentar un escepticismo sobre la paradoja central del proyecto político boliviano contemporáneo. Mientras las encuestas y analistas reducen la contienda a una competencia entre personalidades, la fragmentación tripartita del oficialismo (Arce-Morales-Rodríguez) expone contradicciones estructurales que trascienden lo electoral: un modelo económico atrapado en el extractivismo, un Estado Plurinacional que no ha superado las jerarquías coloniales que Carlos Macusaya denomina "racismo negado", y la persistente transformación de herramientas colectivas en objetos de disputa personalista. La verdadera pregunta no es quién ganará las elecciones, sino si algún líder será capaz de reformular los principios originales del indianismo —aquellos que Constantino Lima articuló al cuestionar la compatibilidad entre democracia liberal y autogobierno territorial— para enfrentar las determinaciones materiales que han limitado sistemáticamente la promesa de un proyecto verdaderamente descolonizador. Sin abordar estas tensiones fundamentales, la historia seguirá repitiéndose: cada nuevo ciclo político producirá la instrumentalización de lo que nació como instrumento de liberación colectiva.

[I]: Por más que pese al diputado Ormachea, Chapare es Cochabamba y Cochabamba Bolivia. Chapare no es un lugar de donde salen “engendros”, como él diputado señala.

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