
El pozo: robo e impunidad en Molle Mayu
9 de febrero de 2025
Hay una fiebre del agua, donde la guerra es un asunto de sed, la obsesión nace de la sed, y el negocio prospera con la sed. En apariencia una simple grieta en el suelo se ha vuelto una boca del infierno que succiona la vida misma de un pueblo, una geografía árida —repleta de molles— que enfrenta la sequía anunciada y acelerada por el tiempo. Como en aquel cuento de Augusto Céspedes en el Chaco, donde también hubo un pozo que nunca tuvo agua, hoy en este pueblo el agua corre como sangre por las venas de la codicia. En el cuento, Miguel Navajo dice: “Para mí ese pozo es siempre nuestro, acaso por lo mucho que nos hizo agonizar”, palabras que resuenan en un país que hoy ve cómo su agua se convierte en mercancía. Mientras en México dicen que el agua es bendita porque no tiene dueño; en Bolivia descubrimos que es maldita por la misma razón.
En el margen de Sucre, Molle Mayu representa una de las tantas comunidades campesinas que preservan una forma singular de organización social y territorial, abocada al bien colectivo y la toma de decisiones basada en el principio del vivir bien. En medio de una lucha constante por el agua que ha marcado su historia desde hace décadas, esta comunidad de 87 familias con títulos de propiedad hace eco de una crónica titulada “La operación charolastra: a la caza de Gael García Bernal”, donde el periodista Santiago Espinoza relata una rueda de prensa sobre la película “También la lluvia”. En ella, la directora Icíar Bollaín habla perspicazmente sobre la inspiración detrás de este filme. Junto a su guionista Paul Laverty, identificaron dos elementos cruciales: que el agua sería el tema fundamental del siglo XXI, y que su uso estaba siendo colonizado por nuevos actores que comercializan sin escrúpulos con este oro azul. Como reza el dicho: donde brota el agua, brota el negocio, brota el conflicto.
Las primeras cosechas realizadas en el suelo de Molle Mayu, que debajo de su verde y fértil superficie se ocultaba la maldición de su sequía, debían hacerse en épocas de lluvias. En ese momento, la comunidad no superaba la veintena de personas y consumían agua de pozos artesanales. Aquellos agricultores pioneros se desplazaban a la Argentina o a la misma ciudad de Sucre. Con el tiempo, se creó una presa de agua y se creó un sistema de riego con turnos para cada parcela, organizados por su Asociación de Regantes. Entonces los comunarios ya no se iban a la Argentina, podían sembrar y cultivar en la tierra de los molles. Y para el agua potable, hace poco más de una década, se perforó un pozo comunitario.

Una de las cisternas que extraen alrededor de 200 mil litros diarios
Cuidar el agua es tarea colectiva y, para asegurarse de hacer un uso racional del agua, la comunidad sucrense creó sus normativas dentro de su estatuto. En el artículo 34, referido a las concesiones de agua, se establece que los recursos hídricos y naturales pertenecen a la comunidad, por lo que cualquier concesión debe realizarse con consulta previa a la asamblea y con certeza de que no afectará al pozo comunal.
Pero la organización comunitaria en nuestra sociedad es frágil cuando se le interpone la codicia individualista. En agosto de 2022, un externo a la comunidad, un chuquisaqueño de nombre Valente Fernández, compró una parcela. Poco después, los comunarios notaron que en esa parcela se estaba construyendo algo. No tardaron mucho en notar que lo que se construía, en realidad se perforaba. Se estaba perforando un pozo, cerca del pozo comunal, tan cerca que absorbe su propia agua. No hubo consulta para la concesión. La incertidumbre y el malestar se esparcieron entre los habitantes. El señor Valente dijo que el pozo era para regar su parcela y alimentar a las dos vacas que tenía en ella. Pero pronto llegaron las cisternas y esa justificación no pudo sostenerse más. La comunidad hizo una denuncia a la Alcaldía y a la Gobernación, pero este sería solo el inicio de una serie de impotencias legales.
Este pueblo es un país dentro de otro, la versión alasitas del estado —con problemas amplificados— donde lo garantizado se vuelve negociable. En las laderas de Sucre los mataderos salpican el paisaje, y el ahora antiguo comerciante de ganado, Valente Fernández, encontró un mejor negocio: vender cientos de miles de litros de agua al día, a los mataderos en Kcochis y a la constructora encargada de la carretera Sucre-Yamparaez, facturados bajo un NIT que nadie sabe con certeza cómo los obtuvo. Lo que sí se sabe cómo obtuvo es su licencia de funcionamiento, necesaria para la venta de agua, que le fue rechazada por la Gobernación, pero, por algún motivo, emitida por la Alcaldía, de menor jerarquía.
Los papeles bailan entre instituciones: la Gobernación revoca autorizaciones que la Alcaldía otorga, el Ministerio de Agua da la razón a la comunidad mientras el juzgado agroambiental emite resoluciones que nadie hace cumplir, la Secretaría de Medio Ambiente rechaza fichas ambientales mientras aparecen documentos con firmas de comunarios que ni existen. La perforación privada sigue operando a pesar de las multas de 1000 UVs diarios, las clausuras notariadas y las órdenes judiciales. La Ley 373 se convierte en papel mojado mientras el agua fluye hacia los cuatro mataderos de Ckochis y la empresa china CHEC, constructora de la doble vía Sucre-Yamparáez, convirtiendo el derecho constitucional en mercancía líquida. Y además del atropello legal, los y las dirigentes de Molle Mayu son constantemente amenazados y violentados por el individuo.
Los comunarios de Molle Mayu sienten que, gota a gota, se les escurre el tiempo de las manos. Mientras del pozo ilegal se extraen más de 200.000 litros diarios, la comunidad apenas consume 100.000 litros en todo un mes. Si el pozo de Fernández continúa extrayendo el volumen que extrae a diario, el pozo comunal podría secarse en cuestión de pocos años, según los cálculos y el temor de los dirigentes. ¿Cuál será la solución a la impunidad, al peso de las influencias por encima del bienestar colectivo?
La escasez que ha estado arraigada a nuestra historia es la forma en que nos pensamos como sociedad, donde el lucro personal abusa de los lazos comunitarios y la voracidad empresarial silencia a quienes no tienen voz. La verdadera sequía, no es la que viene del clima sino la que brota de un Estado que observa impasible cómo se desangra el futuro de sus comunidades. Esta situación es tan sólo el presagio de una sed mayor que ninguna cisterna podrá saciar: la de un país que ha olvidado que el agua es la sangre de sus pueblos.

Molle Mayu con vista al pozo ilegal