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Sabidurías que fluyen: el doble poder de la ciencia ancestral y el liderazgo femenino ante la crisis hídrica boliviana

19 de abril de 2025

Alguna vez Alfonso Gumucio mencionó que "las culturas andinas no separan el conocimiento de la acción, ni la comunicación de la organización social". Esta integración es precisamente lo que distingue el trabajo de las lideresas aymaras, quechuas y guaraníes frente a la crisis hídrica. No actúan desde la fragmentación moderna que separa problema y solución, sino desde una comprensión integral donde gestionar el agua es, simultáneamente, gestionar la vida comunitaria. El retroceso glaciar y la irregularidad de las lluvias han modificado paisajes milenarios, pero estas mujeres responden adaptando saberes ancestrales a circunstancias que sus abuelas nunca conocieron, ocupando espacios de decisión tradicionalmente masculinos, no por ideología, sino por necesidad concreta.

Altiplano sediento: del Lago Poopó a la emergencia en las ciudades

Bolivia enfrenta una severa crisis hídrica. Uno de los episodios más simbólicos fue la desaparición del lago Poopó, segundo lago más grande del país. Entre 2013 y 2015, Poopó sufrió una desecación acelerada que redujo a charcos salinos los 2.337 km² que solía ocupar. A finales de 2015 el lago quedó esencialmente seco, privando de sustento a comunidades pesqueras y provocando la migración de familias enteras. La evaporación estuvo ligada a una sequía intensa y a décadas de desvíos de sus fuentes hídricas para riego y minería. Ocho municipios orureños vieron afectada su economía y se estima que casi 200 especies de aves, peces, mamíferos y reptiles desaparecieron del ecosistema. El gobierno departamental de Oruro declaró desastre natural en diciembre de 2015 y calculó en 114 millones de dólares la inversión necesaria para intentar salvar el lago. Pese a algunas lluvias esporádicas que trajeron algo de agua en 2016, los científicos auguran un futuro sombrío para Poopó bajo el actual clima extremo.

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Vista satelital de enero de 2016 del Lago Poopó, que aparece casi totalmente seco y reducido a planicies salinas.

Los glaciares bolivianos enfrentan un escenario catastrófico: en las últimas tres décadas, Bolivia ha perdido el 42,6% de sus glaciares tropicales, superando las cifras de Ecuador y comparable a Perú. El glaciar Chacaltaya desapareció prematuramente en 2009, mientras que el glaciar Tuni, vital para el abastecimiento de La Paz y El Alto, se ha reducido a apenas 1 km² y podría extinguirse pronto. Estos "reservorios de hielo" en retroceso implican menos agua disponible durante las temporadas secas, y según investigadores de la UMSA, su desaparición acelerada intensificará la ya crítica situación hídrica en las poblaciones altoandinas.

 

En Bolivia, los extremos climáticos han dibujado un patrón de crisis hídricas contradictorias pero complementarias. En 2016, la peor sequía en 25 años paralizó La Paz y El Alto, obligando a implementar cortes de suministro que dejaban a los residentes con agua solo 3 horas cada 72, mientras cientos de miles hacían fila con baldes. Las capitales descubrieron su vulnerabilidad ante la dependencia de represas alimentadas por glaciares en retroceso y lluvias cada vez más irregulares.

 

Casi una década después, en abril de 2025, Bolivia enfrenta el extremo opuesto: inundaciones devastadoras que han afectado a 686,556 personas en todo el país, con 171,639 familias damnificadas. Las lluvias extraordinarias han provocado la declaración de estado de emergencia nacional, afectando a 234 municipios y 6,175 comunidades.

 

El país andino-amazónico demuestra una paradoja estructural: no está diseñado ni para cuando falta ni para cuando sobra el agua. Su infraestructura, sistemas de gestión y preparación ante desastres revelan vulnerabilidades críticas ante ambos extremos climáticos, exponiendo a poblaciones rurales y urbanas a ciclos de crisis que se intensifican con el cambio climático.

Mujeres indígenas al frente de la gestión del agua

Las mujeres indígenas bolivianas están transitando de su rol tradicional como "guardianas del agua" en el ámbito doméstico hacia espacios de decisión técnica y política sobre gestión hídrica, desafiando estructuras patriarcales. Esta transformación responde tanto a la urgencia de las crisis climáticas como a sus luchas históricas por la equidad de género, permitiéndoles participar en decisiones sobre un recurso que siempre han administrado en la práctica cotidiana.

 

Ejemplos concretos de este fenómeno se observan en figuras como Rosa Jalja, lideresa aymara que fundó la Red de Mujeres Unidas en Defensa del Agua, organizando desde 2016 campañas de limpieza y monitoreo con drones en el Lago Titicaca, además de utilizar la radio en lengua aymara como herramienta de concientización. En Cochabamba, 76 mujeres quechuas de Arani se capacitaron como plomeras entre 2024 y 2025, adquiriendo habilidades para instalar sistemas de riego y sanitarios que fortalecen su autonomía económica. Este movimiento trasciende fronteras, como demuestra Waldina Muñoz del pueblo Pasto en Colombia, quien lidera el colectivo Guardianas del Agua enfrentando amenazas en un contexto de conflictos armados y narcotráfico. Estas iniciativas reflejan cómo las mujeres indígenas están combinando saberes ancestrales con herramientas modernas para enfrentar la crisis hídrica, mientras transforman simultáneamente las estructuras de poder en sus comunidades.

 

En Bolivia, a pesar del reconocimiento formal de la ONU sobre el papel crucial de las mujeres en la gestión del agua durante el Decenio Internacional del Agua (2005-2015), hasta hace poco persistía una clara disparidad de género. El programa Periagua de cooperación alemana señalaba que el sector hídrico reflejaba una "sociedad masculinizada", con los puestos directivos en comités de riego y cooperativas dominados por hombres, mientras las mujeres —principales usuarias domésticas del agua— quedaban excluidas de las decisiones comunales, limitando así la diversidad de perspectivas y soluciones.

 

En la última década, la situación comenzó a transformarse progresivamente. El Ministerio de Medio Ambiente y Agua, junto con agencias internacionales, promovieron políticas de género en la gestión hídrica. El programa Periagua (2013) capacitó a mujeres para participar en entidades de agua y saneamiento, con resultados tangibles: según reportes, la presencia femenina en puestos directivos de cooperativas mejoró el servicio de agua para más de un millón de personas en Santa Cruz. Específicamente, 35 mujeres fueron formadas como administradoras de cooperativas de agua, perfeccionando habilidades que optimizaron el servicio y estableciendo un modelo exitoso de participación femenina.

 

El fenómeno se extiende más allá de Santa Cruz. En regiones rurales del altiplano, la integración de mujeres en la administración del riego ha incrementado la eficiencia y transparencia. Un estudio del CIPCA sobre sistemas de microriego destaca que "hoy en día las mujeres tienen mayor habilidad, conocimiento y hasta ganan concursos de riego", cuestionando el estereotipo de que solo los hombres pueden manejar tecnologías hídricas. La Autoridad de Agua Potable y Saneamiento reporta que la participación comunitaria —frecuentemente liderada por mujeres— ha sido clave para aumentar la cobertura de agua potable rural del 39% en 2001 al 70% en 2020, aunque aún existen disparidades. La ONG Agua Sustentable confirma que el empoderamiento femenino en proyectos hídricos mejora directamente su sostenibilidad, pues como señala su director Arturo Revollo: "Cuando ellas se involucran, las obras funcionan y se les da mantenimiento".

 

El liderazgo de las mujeres indígenas destaca especialmente en sus organizaciones autónomas. A nivel local han creado asociaciones para defender el agua, participan en juntas de vigilancia de servicios hídricos y se desempeñan como fontaneras y operadoras técnicas. Un ejemplo notable son las "Umamamas" (madres del agua) de comunidades aymaras cercanas a La Paz, quienes se capacitaron en fontanería para reparar tuberías, controlar tanques y distribuir agua, rompiendo con un campo tradicionalmente masculino. Según un reportaje del BID, gracias a su trabajo "han descubierto que el agua se puede aprovechar mucho más eficientemente", beneficiando a más de 56.000 personas en 14 comunidades distribuidas en cinco departamentos, demostrando el impacto positivo cuando estas mujeres asumen el control de la gestión hídrica.

Iniciativas lideradas por mujeres que están cambiando la historia

Proyecto Yakuruna: espiritualidad y ciencia del agua

El Proyecto Yakuruna, cuyo nombre se inspira en el "ser del agua" en lenguas quechua y amazónicas, representa una iniciativa innovadora que combina conocimiento ancestral y monitoreo científico del agua en comunidades altoandinas. Liderado principalmente por mujeres quechuas jóvenes con respaldo académico, el proyecto trabaja en Potosí y Chuquisaca enseñando a las comunidades a mapear fuentes hídricas, evaluar su calidad y rescatar indicadores naturales que predicen condiciones climáticas. Han recopilado saberes tradicionales sobre plantas bioindicadoras como la q'oa y comportamientos de aves como el chiru chiru, que ahora se complementan con datos de instrumentos modernos instalados con apoyo de la Universidad San Francisco Xavier. Este enfoque "mixto" ha permitido crear sistemas de alerta temprana, ayudando a las comunidades a tomar decisiones mejor informadas sobre siembra y almacenamiento de agua.

Red “Mama Qota” (Mujeres Unidas en Defensa del Agua): guardianas binacionales del Titicaca

La Red "Mama Qota" se creó en 2016 y reúne a 50 lideresas aymaras de comunidades bolivianas y peruanas alrededor del lago Titicaca, quienes trabajan por la descontaminación y protección de este recurso vital. Bajo el liderazgo de Rosa Jalja y Elizabeth Zenteno, han evolucionado de simples brigadas de limpieza a un movimiento con impacto en políticas ambientales, combinando acciones comunitarias con monitoreo científico que documenta la contaminación y presiona a las autoridades. Como afirma Jalja: "Consideramos al lago como una persona. Hay que cuidarlo para que no esté enfermo".

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Rosa Jalja, lideresa aymara de Copacabana, muestra la vegetación afectada por la contaminación en la orilla del lago Titicaca. Integrantes de la red Mama Qota realizan limpiezas periódicas y monitoreos ambientales para preservar este lago sagrado que comparten Bolivia y Perú.

Gracias a la presión de esta red, hoy las Mujeres Unidas en Defensa del Agua participan en mesas técnicas binacionales y abogan por que el Titicaca sea declarado “sujeto de derechos” para garantizar su protección legal. Su articulación con alcaldes (como Ana María Yupanqui, de Pomata, Perú) y con la UMSA en La Paz ha derivado en la instalación de un observatorio limnológico permanente en una zona vulnerable del lago, que alerta sobre proliferación de algas, falta de oxígeno o metales en el agua. “Son las mujeres las que principalmente sienten y sufren los cambios, porque deben recorrer largos caminos para proveer de agua a sus familias”, explica Elizabeth Zenteno, ingeniera ambiental del lado boliviano que se sumó a la red en 2021. La experiencia de Mama Qota incluso ha inspirado a comunidades en otras cuencas –como el lago Uru Uru y el río Desaguadero– a formar comités de “madres del agua” similares.

Cooperativa “Suma Uma”: agua buena para comunidades del altiplano central

El proyecto "Suma Uma" ("agua buena" en aymara) fue una iniciativa de desarrollo hídrico rural ejecutada entre 2009-2011 mediante una alianza entre JICA, el Viceministerio de Recursos Hídricos y la Mancomunidad de Municipios Aymaras Sin Fronteras. Con una inversión de 2 millones de dólares, el proyecto implementó sistemas innovadores de captación de agua de lluvia y mejoramiento de riego en 10 municipios de La Paz y Oruro. Los logros principales incluyeron la construcción de diez sistemas de microriego con aguas subterráneas y pluviales, la incorporación de nuevas hectáreas productivas, y la capacitación de 18 técnicos municipales. Según Manami Koizumi, coordinadora del proyecto, la iniciativa concluyó satisfactoriamente y posteriormente evolucionó hacia cooperativas locales sostenidas por mujeres.

 

El proyecto Suma Uma tuvo un impacto social y organizativo más allá de la infraestructura física. Las mujeres tomaron un rol protagónico tras la finalización del proyecto oficial, como en la formación de la Cooperativa Suma Uma en San Pedro de Curahuara (Oruro), donde administran los pozos y redes de riego. Martha Quispe, presidenta de esta cooperativa, explica que ahora hay una distribución más equitativa del agua. Los resultados incluyen un aumento del 30% en la producción agropecuaria y la retención de familias jóvenes que consideraban migrar. El fenómeno se repite en otros municipios donde las mujeres ocupan roles clave en los comités de administración de agua, representando un cambio significativo hacia "la profesionalización de la mujer campesina como gestora hídrica", aunque estos comités aún no están formalmente reconocidos en estadísticas nacionales.

 

"El agua buena ahora está en manos de la gente", destacó Hirofumi Matsuyama, director japonés del proyecto, señalando que la participación comunitaria, especialmente de las mujeres, es esencial para la sostenibilidad. Suma Uma demostró que combinar inversión técnica con organización social que incluya enfoque de género constituye una estrategia efectiva para combatir la sequía en el altiplano central.

Saberes ancestrales validados por la ciencia: los bioindicadores del agua

Los pueblos andinos han utilizado tradicionalmente bioindicadores naturales (plantas, animales, astros y otros fenómenos) para predecir el clima y la disponibilidad de agua. Gracias al liderazgo de mujeres indígenas, estos conocimientos ancestrales están siendo reconocidos por la comunidad científica e integrados en sistemas formales de monitoreo, creando un puente valioso entre la sabiduría tradicional y la ciencia moderna en la gestión del agua.

 

En un encuentro en Warisata (2024), indígenas aymaras y quechuas compartieron cómo interpretan señales naturales para predecir eventos hídricos. Observan ranas que indican agua limpia y ciclos húmedos, o la floración prematura de la kantuta que anuncia sequía. Bernabé Choquetopa reportó la identificación de 89 bioindicadores en el altiplano y estableció un "laboratorio de bioindicadores" donde niños aprenden a leer señales en insectos, aves y estrellas. Este innovador sistema colabora con meteorólogos, creando un efectivo sistema de alerta temprana agroclimática que integra modelos científicos con sabiduría ancestral.

 

La UMSA ha validado científicamente varios conocimientos indígenas tradicionales, trabajando con el Parlamento de Amautas para documentar correlaciones entre bioindicadores y datos climáticos. El Instituto de Ecología confirmó que el hongo Llullu ihu efectivamente señala aumentos de humedad y recarga de acuíferos, como sostenían las comunidades. Paralelamente, el Instituto de Hidráulica e Hidrología proporcionó equipos profesionales a los vigilantes del lago Titicaca de la red Mama Qota, permitiendo contrastar sus observaciones tradicionales sobre color del agua y presencia de algas con mediciones instrumentales de pH, turbidez y oxígeno, legitimando así los métodos indígenas ante autoridades ambientales gubernamentales.

 

Las comunidades indígenas están revitalizando tecnologías hídricas tradicionales que ahora reciben validación científica. En el Chaco, mujeres guaraníes han recuperado las "tapias" (represas de piedra) combinándolas ingeniosamente con geomembranas modernas para mejorar su eficiencia. En Potosí, mujeres quechuas han reactivado las "qochas" (lagunas artificiales) para captar agua de lluvia, una práctica cuya efectividad fue confirmada por geólogos de la Universidad Tomás Frías, quienes demostraron mediante imágenes satelitales que estas estructuras incrementan la humedad del suelo circundante hasta en un 30%, validando científicamente la eficacia de estos métodos ancestrales de cosecha de agua.

 

En el evento de Warisata, Rigliana Portugal, experta en cuencas del MMAyA, afirmó contundentemente que "el conocimiento indígena no es folclore, es tecnología adaptativa". De este encuentro surgió la propuesta de crear un Sistema de Alerta Temprana Agropecuario intercultural con reconocimiento oficial. Las mujeres, quienes mantienen una relación cotidiana íntima con la naturaleza —observando plantas medicinales y fenómenos naturales durante sus actividades diarias— son frecuentemente guardianas de estos conocimientos sutiles. Al asumir roles en la gestión hídrica, aportan esta valiosa sensibilidad ambiental. Esta colaboración emergente entre amautas (sabios indígenas) y científicos académicos promete comunidades más resilientes que aprovechan lo mejor de sus tradiciones ancestrales complementadas con herramientas científicas modernas.

Rompiendo barreras en un mundo de hombres

Aunque se han logrado importantes avances, las mujeres líderes indígenas continúan enfrentando significativos desafíos. Su incursión en ámbitos tradicionalmente masculinos las ha expuesto a actitudes machistas, restricciones institucionales y responsabilidades sociales duplicadas. Tanto registros oficiales como testimonios personales evidencian las múltiples barreras que estas mujeres han debido superar con determinación para ejercer efectivamente su legítimo derecho a participar en la gestión del agua.

 

Una barrera fundamental ha sido de naturaleza cultural. En comunidades rurales prevalecía la creencia de que los asuntos hídricos (infraestructura, negociaciones con autoridades, manejo financiero) eran "asuntos masculinos", relegando a las mujeres al transporte de agua y roles de apoyo. Esta disparidad se reflejaba en las estadísticas: según el INE y la CEPAL, apenas 29% de los cargos directivos en entidades públicas de agua y saneamiento en Bolivia estaban ocupados por mujeres en 2018, con brechas aún mayores en organizaciones comunitarias. Las lideresas enfrentaron escepticismo constante en espacios técnicos. "Hablaba en las asambleas y se reían, decían '¿qué va a saber esta cholita?'", relata Valentina Chura, regante cochabambina, en una entrevista con Fundación Solón. Con determinación, estas mujeres demostraron su competencia, aunque a costa de "trabajar el doble" para obtener reconocimiento.

 

Las mujeres rurales bolivianas enfrentan además sobrecarga por responsabilidades domésticas y familiares. Estadísticas revelan que el 60% son madres de varios hijos y dedican extensas jornadas al cuidado del hogar y producción alimentaria. En el altiplano, mientras los hombres migran temporalmente por trabajo, ellas quedan administrando la vida cotidiana. Un reportaje desde Puñaca, comunidad Uru junto al desaparecido lago Poopó, lo evidencia: "Las mujeres... se han organizado para hacer posible la vida, ideando maneras de obtener agua limpia", mientras "los hombres salen cada día a buscar empleo... y vuelven cuando cae el sol". Esto las obliga a dividir su tiempo entre artesanías para generar ingresos, cuidado infantil y ahora también gestión de sistemas hídricos. La escasez de tiempo y en ocasiones el analfabetismo han limitado su participación en capacitaciones o gestiones administrativas. No obstante, mediante apoyo colectivo han desarrollado estrategias: llevan a sus hijos a las reuniones, comparten tareas domésticas entre vecinas y promueven una distribución más equitativa del trabajo en el hogar para poder involucrarse en los proyectos comunitarios.

 

Las gestoras hídricas enfrentan la falta de reconocimiento formal, trabajando voluntariamente sin remuneración, lo que genera tensiones familiares cuando sus esposos cuestionan el tiempo dedicado a actividades comunitarias. Organizaciones como Agua Sustentable y UNFPA abogan por compensación económica o incentivos para "promotoras de agua" y mayor incorporación de profesionales indígenas femeninas en instituciones públicas, algo que ya ocurre gradualmente en la AAPS y el Viceministerio de Cuencas, donde ingenieras y sociólogas aymaras facilitan el diálogo con comunidades en lenguas nativas. Pese a estos obstáculos, las mujeres han encontrado apoyo en redes exclusivamente femeninas como Mama Qota y comités de "Mujeres y Agua", que proporcionan espacios seguros para expresarse y desarrollar capacidades entre pares. Figuras pioneras como Bartolina Sisa, símbolo de la federación campesina, y María Eugenia Choque, fundadora de la primera ONG indígena de aguas, han inspirado y construido puentes con el Estado, recibiendo incluso reconocimiento del expresidente Evo Morales, quien en 2017 destacó la importancia de la participación femenina e instruyó incluir mujeres en comités de control social de proyectos MiAgua, aunque con implementación irregular.

 

Las mujeres indígenas están reclamando su legítima autoridad tradicional en la gestión del agua. En la nación guaraní, están recuperando roles ancestrales como la "mburuvicha" (líder) que históricamente protegía fuentes hídricas y territorios. Líderes modernas como Tania Sánchez invocan esta herencia cultural: "Nosotras venimos de las Ñandesy (abuelas sabias) que cuidaban el ykuá (manantial); somos su continuidad". Este movimiento está transformando las percepciones, elevando a las mujeres de simples "ayudantes" a reconocidas autoridades naturales en la gestión del agua.

De la sequía a la esperanza: resultados y aprendizajes

Los esfuerzos de las mujeres indígenas lideresas están generando cambios tangibles en la gestión hídrica, especialmente en la irrigación agrícola, donde el Proyecto Suma Uma ha incorporado 300 hectáreas adicionales bajo riego en el altiplano central, aumentando significativamente la producción de cultivos andinos. En Curahuara de Carangas, la implementación de pozos gestionados por cooperativas femeninas elevó la producción de haba y cebada un 15% en un año, mejorando proporcionalmente los ingresos familiares. La participación de las mujeres ha traído mayor transparencia y equidad mediante calendarios rotativos más justos en Chuquisaca, reduciendo conflictos entre usuarios. CIPCA ha documentado que en los valles de Cochabamba, donde las mujeres asumieron roles directivos en comités de riego, la morosidad en cuotas de mantenimiento se redujo a cero, reflejando mayor confianza en su administración y asegurando sistemas mejor mantenidos y más duraderos.

 

En el ámbito del monitoreo y calidad del agua, las contribuciones de las mujeres indígenas son igualmente significativas. Agua Sustentable reporta que mujeres de 35 comunidades implementaron puntos de monitoreo comunitario tras recibir capacitación básica. En Caranavi, La Paz, un colectivo femenino capacitado evaluó 20 ojos de agua y riachuelos en 2020, detectando contaminación por sedimentos en varios puntos, lo que impulsó a autoridades municipales y comunidades a implementar soluciones efectivas como reforestación ribereña y protección de nacientes. Paralelamente, las guardianas del Titicaca han enriquecido los informes anuales sobre la calidad del agua lacustre con mediciones comunitarias validadas por laboratorios de la UMSA, que nutren los reportes de la Autoridad Binacional del Lago Titicaca y visibilizan problemáticas anteriormente desatendidas. Un logro destacable es la instalación de una plataforma de monitoreo permanente en Huatajata, en colaboración con el Instituto de Hidráulica de la UMSA, que transmite datos en tiempo real sobre eutrofización y contaminantes al Ministerio de Medio Ambiente, agilizando alertas y respuestas ante emergencias como mortandad de peces, todo ello gracias a la persistencia de las mujeres defensoras.

 

En cuanto al acceso a agua potable, la participación femenina ha sido decisiva en el notable avance de Bolivia, que incrementó la cobertura rural del 54% al 80% en dos décadas según datos censales. Numerosos sistemas hídricos alcanzaron el éxito gracias a la influencia de mujeres en organizaciones mixtas. Un ejemplo destacado es Chocaya, Potosí, donde las esposas de mineros encabezaron un proyecto de bombeo desde un manantial lejano, beneficiando a 2,000 habitantes con agua potable permanente. En el ámbito urbano, la incorporación de profesionales indígenas femeninas al equipo de extensión comunitaria de ELAPAS en Sucre facilitó una comunicación más efectiva con zonas periurbanas, permitiendo que miles de familias abandonaran su dependencia de carros cisterna para disfrutar de conexiones domiciliarias regulares. Aunque estos logros son colectivos, frecuentemente fue la perseverancia de una mujer líder —gestionando con honestidad, organizando trabajos comunitarios o insistiendo en instancias gubernamentales— lo que resultó determinante para la culminación exitosa de los proyectos.

 

En experiencias internacionales cercanas se observan paralelos que refuerzan el valor del liderazgo femenino en la gestión del agua. En Perú, las "Mamá Cocha" de comunidades quechuas ayacuchanas protegen lagunas altoandinas mediante sistemas de compuertas tradicionales, obteniendo reconocimiento legal como comités de agua. Paralelamente, en Ecuador, mujeres quichuas de Cotopaxi participan en directorios de juntas de agua rural, amplificando las voces comunitarias ante la Secretaría del Agua. Estas convergencias responden a desafíos climáticos compartidos en la Cordillera de los Andes, donde el retroceso glaciar de aproximadamente 40% en tres décadas afecta igualmente a Perú, Bolivia y Ecuador, provocando respuestas organizativas basadas en el conocimiento ancestral de las mujeres indígenas. Reconociendo este fenómeno regional, la cooperación internacional ha comenzado a apoyar redes de "mujeres del agua" andinas, facilitando el intercambio de saberes que trascienden fronteras nacionales.

Cuando ellas lideran, el agua fluye

La historia aún se está escribiendo, pero algo queda claro: en Bolivia, empoderar a las mujeres indígenas en la gestión del agua no solo representa un acto de justicia, sino una estrategia eficaz. Ante la crisis hídrica que amenaza comunidades enteras, desde los urus del lago Poopó hasta los habitantes de El Alto, las soluciones más innovadoras y sostenibles han emergido cuando las mujeres han participado tanto en la toma de decisiones como en el trabajo de campo. Estas lideresas han demostrado ser administradoras transparentes, educadoras ambientales comprometidas y valiosos puentes que conectan el conocimiento ancestral con los aportes científicos. La imagen de las "cholitas" con sombrero bombín y pollera jalando mangueras, reparando caños, sembrando lluvia o exponiendo ante audiencias de ingenieros ya no debería causar asombro: representa la nueva realidad del altiplano boliviano y constituye una fuente de esperanza. Estas guardianas del agua nos enseñan una lección fundamental: la solución a la crisis hídrica debe ser colectiva e inclusiva, o simplemente no existirá. El agua, origen de toda vida, ha encontrado en estas mujeres sus más firmes defensoras. Y gracias a su dedicación, aun en tiempos de sequía, la semilla del agua buena comienza a brotar para beneficio de las generaciones venideras.

Fabricio Lobatón

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