
Imágenes de un levantamiento:
El registro de la Guerra del Agua en el cine
23 de febrero de 2025
Quizás los dos eventos históricos de los que los cochabambinos más se enorgullecen, son esos que más han moldeado al imaginario local: la resistencia de las heroínas de la Coronilla y la Guerra del agua. Las similitudes entre ambos saltan a la vista. En ambos momentos los verdaderos protagonistas fueron sectores populares organizados de manera espontánea para enfrentar a poderes externos, brutales e institucionales. Además, ambos se alimentan de una serie de mitos, de relatos heroicos, algunos fundamentados y otros no.
Pocas cosas más conmovedoras que imaginarse una ciega guiando a un improvisado ejército de mujeres y ancianos a combatir en contra de Goyeneche y sus bien equipados hombres realistas: el pueblo contra los asesinos coloniales. Igual de emotiva es la imagen de chicos de la calle, campesinos, amas de casa, estudiantes, sindicalistas, ciudadanos comunes, empuñando las mismas armas que las heroínas, palos y piedras, para enfrentarse con las fuerzas armadas bolivianas que defendían los intereses del gobierno de Hugo Bánzer y Tuto Quiroga y, ante todo, los de una multinacional.
Sin embargo, mucho de lo que comúnmente sabemos, mucho de lo que nos cuentan sobre los enfrentamientos en la colina de San Sebastián, fue descrito en la novela de Nataniel Aguirre, la pieza fundacional de ese género en nuestro país, Juan de la Rosa. Por tanto, es pertinente reflexionar si nuestra memoria histórica está nutrida por relatos ficcionales, si constantemente sufre procesos de ficcionalización. En este texto no me interesa cuestionar la verosimilitud de nuestra memoria. Lo que me interesa resaltar es que lo que creemos que pasó, lo que consideramos que es la verdad, es fruto de un relato, mejor, de una serie de relatos que se entrelaza, que se sobre ponen, y que siempre son dinámicos, están en constante transformación.
Algo similar sucede con la Guerra del Agua, ese levantamiento popular ocurrido en la Cochabamba de los 2000, en medio de la resaca neoliberal, es un hito en la historia del país y de la región. Lo es, en gran medida, por el registro que se hizo de los eventos en medios de comunicación, pero también por todas las historias que se cuentan en torno a él. Este conflicto, desencadenado por la privatización del agua, dejó una profunda huella en nuestra memoria colectiva y en el imaginario social. Sin embargo, mucho de lo que asumimos que sucedió, muchas hebras del gran relato de este conflicto resultan engañosas. El cine, como medio de comunicación, pero además como forma artística, ha contribuido a la construcción del gran relato de la Guerra del Agua, tanto en documentales como en obras de ficción. En este artículo, busco reflexionar sobre películas que directa e indirectamente trataron a este evento y contribuyeron a su ficcionalización.

Como se sabe, este no solo fue un conflicto por el acceso a un recurso natural esencial o por el aumento de las tarifas, fue una lucha por la soberanía y la dignidad. A veinticinco años de lo sucedido, hoy sabemos que fue una lucha preponderantemente simbólica. El agua se convirtió en la encarnación de la resistencia del pueblo boliviano frente a la privatización y el control extranjero, frente a las multinacionales y a la globalización. Ese evento hizo creer a muchos que otro mundo era posible, se convirtió en una de las más llamativas banderas de la altermundialización. Era la gesta heroica materializada.
Esta lucha por el agua se conecta con otro episodio clave en la historia de Bolivia: la Guerra del Pacífico, en la que el país perdió el acceso al mar. Otra fuente de vida y de recursos naturales que representa el símbolo esencial de la soberanía y la identidad nacional. En el documental Puerto Escondido (2020) de Gabriela Paz, se explora la obsesión, a veces trágica y con frecuencia cómica, que tenemos los bolivianos por ese mar perdido, anhelo que se remonta a la Guerra del Pacífico. La Guerra del Agua, en este sentido, puede verse como una suerte de continuación de esa lucha por la soberanía, es otra batalla por el agua, por el bienestar y por la dignidad. Parece que a los bolivianos nos importa más lo perdido o lo que se está a punto de perder que lo que se tiene.
La película que tuvo mayor repercusión internacional y que para muchos se convirtió en la versión oficial de los hechos relativos a la Guerra del agua, es la obra de la directora española Icíar Bollaín, También la lluvia (2011). Esta pieza, ganadora de tres Goyas y nominada a más de una decena, no creo que sea una crónica de la Guerra del Agua, ni que pretenda serlo. Se centra en la transformación del personaje de Costa (Luis Tosar), un productor de cine español que se ve envuelto en el conflicto, sobre todo por estrechar amistad con Daniel (Juan Carlos Aduviri), un joven que interpreta un importante papel en la cinta que Costa está produciendo, pero que se inmiscuye en las protestas por el agua. El guion de Paul Laverty, habitual colaborador del director militante Ken Loach, utiliza a la Guerra del Agua como telón de fondo para contar la historia de un occidental privilegiado que, al tomar conciencia de otras realidades se humaniza, es transformado. El arquetipo narrativo que sigue es muy similar al de obras como Out of Africa (1985), Seven Years in Tibet (1997) o City of Joy (1992). Es decir: “Hombre blanco arrogante aprende que los oscuritos que bien nomás pueden ser”.
Mis colegas críticos en Bolivia fueron muy duros con la obra de Bollaín, asumiendo que era muy paternalista. La película cae en lo mismo que muchas otras cintas que utilizan a conflictos sociales en países en vías de desarrollo como telón de fondo para contar historias de redención personal de occidentales. El personaje de Tosar es el típico prepotente europeo que llega a un país en vías de desarrollo con una visión ingenua y superficial de la realidad. A medida que se va involucrando en el conflicto, va tomando conciencia de la injusticia y la realidad que sufren los habitantes de Cochabamba. Su transformación es gradual y predecible, y al final de la película se ha convertido en una persona más comprometida y solidaria. En también la lluvia la Guerra del Agua queda relegada a un segundo plano. Cuando todos creíamos que nos contarían una historia épica sobre el espíritu indomable de los cochabambinos, nos enfrentamos con otra cosa. Sin embargo, esta es una cinta que con sus limitaciones propone cosas interesantes como discurso ético en el mundo contemporáneo, aunque ninguna relativa a la realidad boliviana. El final de la cinta es muy similar al de la versión con Sandra Bullock de Our Brand is Crisis (2015). Ambas podrían haber ambientado sus historia en cualquier otro lugar de Sur global. Bolivia no es más que una excusa.
Aunque existen documentales o reportajes largos que se concentran en este conflicto, como el segmento The Corporation (2003) de Jennifer Abbott, Mark Achbar y Joel Bakan, quizás la obra más relevante sobre la Guerra del agua es el documental del mexicano Héctor Cadena, también conocido como Tin Dirdamal, Ríos de hombres. Esta suerte de aftermath, de pieza que se centra no es los hechos, sino en las consecuencias o secuelas del evento, se dedica a narrar las historias de vida de las personas que participaron en el conflicto o que fueron afectadas por él. La película, motivada inicialmente por una mirada ingenua de alguien que quería hacer una crónica sobre una victoria popular, se convierte en un bello y triste poema a la condición humana y a la condición universal del agua.
Cadena entrevista a los actores y a la gente que sufrió la Guerra del Agua, mostrando sus experiencias y reflexiones sobre el conflicto. Para hacerlo Cadena siguió y compartió a sus protagonistas por un largo periodo de tiempo, es decir, no es una cinta construida a partir de una serie de entrevistas casuales y rápidas. Un polilla, la madre de una de las víctimas, un productor de flores, el militar que se negó a obedecer las órdenes del gobierno de represión brutal, son algunos de los rostros que complejizan y profundizan nuestra comprensión del evento. Lo más doloroso es que la nos recuerda que el tema del agua en Cochabamba no se ha resuelto. A través de sus testimonios, de sus voces, la película nos invita a reflexionar sobre el significado del agua, no solo como un recurso natural esencial, sino también como un elemento vital que nos conecta a todos los seres humanos.
Quizás la conclusión más arriesgada a la que llega la cinta es que el agua, para Cadena, no es meramente propiedad de los bolivianos, es más, que los recursos no deberían tener propiedad. Esta idea central del documental nos interpela sobre nuestra relación con la naturaleza y sobre la necesidad de construir un modelo de desarrollo menos antropocéntrico. No es que el agua sea de todos, debemos relacionarnos con ella no como una propiedad, sino como algo de lo que dependemos. Eso es lo que reza esta obra de no ficción.
Ríos de hombres es un documental imprescindible para entender la dimensión de Guerra del agua y para reflexionar sobre el futuro del agua en el mundo. Nos dice que nuestra victoria frente a los vampiros no fue tan importante como queremos creer, la desmitifica, pero nos recuerda que lo verdaderamente heroico de los cochabambinos, de los bolivianos, está en el gesto cotidiano, en el seguir ahí, en el sobrevivir para nuestros semejantes.

